VALÈNCIA. El 22 de mayo se cumplieron diez años de la hazaña del Llevant en el estadio de Cartagonova, en un ambiente infernal y ante un rival que ese curso consiguió practicar un fútbol diabólico, de tiralíneas, intenso y profundo, diseñado por Juan Ignacio Martínez. Con aquellos acordes de fondo la ciudad departamental vibró con su equipo como nunca lo había hecho, ante la posibilidad inédita de alcanzar plaza en Primera. Jamás había estado tan cerca.
El Llevant frustó el sueño de la urbe fundada por Asdrúbal, de la forma más hiriente. Y es que los del Efesé se las prometían muy felices ante la posibilidad de superar a un rival directo, en casa y con el aliento de una hinchada enfervorecida. Más aún tras marcharse al descanso con un 2-1 a favor que pudo ser mayor. Con su defensa adelantada los cartageneros empequeñecieron el campo y llegaron, como una horda furiosa, hasta los dominios de Manolo Reina. Dejaban, sin embargo, las espaldas desguarnecidas. Un estilo muy similar al que quiso implantar unos años después JIM en Orriols, pretensión frustrada por un vestuario que le confesó que no tenía futbolistas para practicar ese fútbol. Martínez se adaptó a la realidad y llevó a la escuadra blaugrana a lo más alto.
A falta de cinco jornadas la cabeza de la tabla de Segunda estaba en un puño. La Real Sociedad era líder con 65 puntos. Le seguían Llevant, con 62; Cartagena, 61; Hércules, 60; Betis, 58; y Villarreal B y Elche, 57. Había dos duelos en la cumbre: Cartagena-Llevant y Betis-Erreala; y Elche, Villarreal B y Hércules se enfrentaban a rivales en tierra de nadie. Al finalizar esta jornada decisiva, quedarían doce puntos en juego y siete equipos para tres plazas de ascenso directo.
El contexto ilumina la importancia decisiva del desplazamiento granota a un estadio que recibió con una hostilidad terrible a más de mil granotes. Era obvio que unos y otros morirían en cada lance. En el césped y en la grada. El Llevant de Luis García Plaza, tantas veces acusado de barraquero, se convirtió en un vendaval de fútbol en la segunda mitad y conquistó medio ascenso con el 3-5 final. El Llevant se ponía colíder con la Real, tomaba una delantera insospechada y sobre todo hundía anímicamente a un rival directo y avisaba a navegantes. Se había colado de rondón en la quiniela por el ascenso y ahora se convertía en uno de los más sólidos aspirantes. Siempre creí que la escuadra blaugrana se hubiera hundido en el césped cartaginés sin el apoyo incondicional de la grada levantinista que ocupaba toda la grada inferior norte. Y más tras el recital blanquinegro de la primera parte y el resultado adverso.
Nunca está de más recordar aquel punto de inflexión en la historia levantina (aquel ascenso inesperado –la gesta del segle– lo cambió todo), pero viene esto a cuento porque no creo que al levantinismo deba preocuparle en absoluto que el equipo dispute los partidos que restan de temporada lejos del Ciutat. Un estadio vacío es un estadio neutral. No niego que tal vez los futbolistas más imaginativos consigan creer que les empuja el aliento de su grada, aunque esté vacía, mientras corren la banda, pero en general estoy convencido que en estas jornadas finales que se van a disputar a puerta cerrada el factor campo será irrelevante. A los tres minutos de oir el eco vacío de su respiración ningún futbolista va a sentir "miedo escénico" en ningún escenario.