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análisis | la cantina

El deporte y la guerra

Foto: KIKE TABERNER
18/03/2022 - 

VALÈNCIA. Hace unos meses, en vísperas del Medio Maratón de Valencia, tuve la fortuna de entrevistar a Letesenbet Gidey, la mujer que dos días después dejó al mundo con la boca abierta al correr los 21 kilómetros y pico en 1h02:52, convirtiéndose en la primera mujer de la historia en bajar de los 64 y los 63 minutos en medio maratón. Su gesta, portentosa, 'beamonesca', ganó más fuerza aún porque cuando la etíope encaró la recta final y el zoom de la cámara de televisión nos la fue acercando, se pudo ver que llevaba al lado, casi hombro con hombro, a Javi Guerra, probablemente el mejor maratoniano español hasta no hace mucho, un plano que hacía innecesario el cronómetro: una mujer había corrido igual de rápido que uno de los mejores españoles.

Aquella tarde de la entrevista, después de un arduo pulso con su entrenador, Gidey habló de los problemas que habían sacudido su vida recientemente, de la guerra que está sufriendo su familia en su región, Tigray, y de la que ella ha tenido que huir para poder seguir haciendo proezas con sus piernas. La guerra entre el Ejército Federal y las fuerzas de la región de Tigray ha causado miles de muertes y que cientos de miles de personas hayan tenido que buscar refugio en otros lugares, como la vecina Eritrea.

Pero los Juegos Olímpicos se celebraron sin que nadie cuestionara la presencia de los atletas etíopes. Y cuando Selemon Barega se impuso en la final de los 10.000 metros, ningún encorbatado olímpico fue a preguntarle si apoyaba aquella guerra entre hermanos. Y no se ha detenido ningún gobierno a contar cuántas guerras hay en el mundo para, acto seguido, vetar a las selecciones o a los deportistas de esos países malvados, que los hay.

Selemon Barega. Foto: AFP7/EUROPA PRESS

Pero la guerra ha llegado a Europa y entonces Occidente ha puesto las orejas tiesas. ¡No a la guerra!, hemos proclamado todos dede las cómodas butacas de nuestras casas con algún 'gadget' carísimo en las manos, pero me temo que a esa sentencia le vendría bien un asterisco que detallara que no nos gusta la guerra, pero ninguna de las guerras del mundo. Sean donde sean y nos pillen lo cerca que nos pillen. Y por eso pido al Ministerio de Cultura y Deporte que ha prohibido la participación de las selecciones y clubes de Rusia en España, que amplíe el castigo a los otros países del mundo que están abusando de la fuerza con bombas, misiles o rifles de asalto. O mejor, que no mezcle el deporte con la guerra salvo en los casos puntuales de aquellos deportistas que se signifiquen a favor de una.

Y luego está la segunda parte, si los deportistas rusos, entre los que habrá, seguro, muchos que condenen la decisión de Putin de invadir y atacar Ucrania, merecen que se les impida competir libremente, como ha sucedido con el Mundial de atletismo que empieza este viernes en Belgrado.

Y, ya para acabar, propongo un juego, un juego sin gracia, adivinar cuántos campeones de la edad de oro del deporte español, en la década pasada, hubieran visto mermado su palmarés si otros países del mundo les hubieran impedido competir entre marzo de 2003 y mayo de 2004, el periodo de tiempo que va desde que una coalición de países, entre ellos España, liderada por Estados Unidos invadió Irak. Una decisión que se tomó en la cumbre de las Azores, celebrada el 16 de marzo de 2003, a la que asistieron George W. Bush, Tony Blair y José María Aznar. Cerca de 2.600 soldados españoles fueron mandados a Irak antes de que, en mayo de 2004, José Luis Rodríguez Zapatero los trajera de vuelta porque Naciones Unidas no se hacía con el control político y militar.

Si el resto del mundo hubiera sido tan estricto con España como lo está siendo España con Rusia, el Valencia Basket no hubiera podido ganar la Copa ULEB, por ejemplo. Ni Roberto Heras hubiera ganado la Vuelta a España. Ni Isabel Fernández se hubiera colgado la medalla de oro en el Europeo. Ni Dani Pedrosa hubiera sido campeón del mundo de 125 cc. Ni Juan Carlos Ferrero se hubiera llevado su único título de Roland Garros. ¿Se imaginan?

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