La decadencia de un holding

VALÈNCIA. Los desenlaces fatales para aquellos regimenes que creen controlar férreamente la realidad llegan casi siempre de manera imprevista. Justo por eso resultan difíciles de prever. Murthy no siente que su sillón tiemble porque se desvele aquello que piensa o porque rebuzne sus pensamientos. Los hechos -y los suyos se extienden desde 2017- empeoran sus propias palabras y son más salvajes que cualquier audio. Solo que el sonido, como la sangre, escandaliza. 

El verdadero problema de Murthy -y por eso reacciona sin mesura- es que su legitimidad se ha consumido de manera tan intensa que hay personas dispuestas a arriesgar su propia integridad empresarial por terminar con un ciclo que es más que dañino; es un agravio. Por eso al presidente del Valencia, aunque lo siga siendo, aunque nadie pueda echarlo más allá de su amo, ya nadie puede considerarlo como tal. Es un bulto sospechoso que desprecia a la ciudad, al club y a sus habitantes como los antiguos colonialistas con los nativos.

Hasta ahora asumíamos que el poder del holding de Singapur condenaba al Valencia a una alta probabilidad de no participar en Europa, hecho insólito para un club acostumbrado a hacerlo. Ahora también constatamos cómo Murthy considera que es el mejor en una sociedad de peores. Una percepción provocada por el poder absolutista. 

La centralidad en las reacciones de los políticos y otros agentes sociales demuestra lo evidente: Murthy no desdeña solo a los aficionados, sino a una sociedad a la que considera disminuida, a la que cree poder someter por dirigir una de las verticales de un holding.

Como veníamos diciendo, Murthy no es el problema sino la protuberancia del problema. Pero mantenerlo como si aquí no pasara nada, seguir siendo cómplice, supone asimilar su agravio y perpetuar su desprecio; participar del mismo.