VALÈNCIA. …Y José Bordalás habló. Y a más de uno le pitaron los oídos. Por otra parte, como casi siempre que un trabajador del Valencia CF es despedido por la puerta de atrás en esa trituradora infinita en la que se ha convertido el club.
Cuando están dentro, se usa su amor y respeto hacia la entidad como rehenes tácitos para que no cuenten todas las astracanadas que ocurren a su alrededor. Cuando están fuera, ese amor y ese respeto hacia la institución provocan que la mayoría de ellos mantengan un silencio elegante para no hacer sangre… hasta que no queda otro remedio que salir públicamente a defenderse.
No puedo asegurarlo, pero sospecho que uno de los motivos de que José Bordalás aceptase someterse al interrogatorio de ‘Veus Fé-Cé’ se debe precisamente a esa querencia por parte de algunos integrantes del organigrama valencianista en echarle la culpa de todo lo malo al que no está y ‘robarle’ al ausente todos sus aciertos. Todo tiene un límite. Y da igual lo mucho que quieras al club que siempre soñaste entrenar: si no hacen más que echarte paladas de basura encima, lo normal es salir a poner las cosas en su sitio.
Y más cuando, hace apenas un par de días, Gattuso confirmó en el Diario As lo que ya sabíamos todos: que ya en el mes de abril, con la derrota en la final de Copa todavía caliente y doliente, Anil Murthy se acercó al calabrés para proponerle aterrizar en Mestalla. Toda la elegancia que José Bordalás mostró con el club y sus dirigentes en junio, durante su rueda de prensa de despedida, jamás se la dispensaron a él durante su año en el banquillo. Tampoco es novedad.
Precisamente hay quien le reprocha al entrenador que no fuese tan contundente en junio como lo ha sido ahora en diciembre.”¡¿Por qué no lo dijo entonces?!” Es una crítica aceptable y lógica, que tiene una respuesta igual de lógica: “En esos momentos yo me quedaba con la experiencia, con lo vivido. Ahora ha pasado algo de tiempo y, sinceramente, me quedo con lo bueno. No guardo rencor a nadie ni a nada. Sólo pido respeto, y que no te acusen por detrás. Si alguien tiene que decirte algo que te lo diga a la cara, y que no vaya por detrás escondiendo sus miserias y atribuyéndote cosas que no son ciertas. Para mí, eso son personas muy cobardes”.
Quizá algunos aficionados no le entiendan, pero sólo hace falta un mínimo de empatía para comprender su postura: si te marchas de buenas maneras de un sitio en el que no te han tratado bien, lo último que esperas es que además te echen por tierra a la menor oportunidad, como viene pasando en los últimos meses. Sólo entonces te ves obligado a sacar las garras.
Bordalás habló claro, por ejemplo, sobre el fichaje de Marcos André. Un jugador que fue ofrecido (no exigido por él, como se filtró) y al que dio su OK por una cifra, tres millones de euros, casi tres veces inferior a la que ese genio de las finanzas llamado Anil Murthy acabó pagando al Valladolid de Ronaldo por el atacante ahora hispano-brasileño. Ni se obcecó en el jugador ni tuvo culpa alguna en que, para poder inscribirle como extracomunitario, hubiese que regalar a Kang In Lee a coste cero.
Eso son gestiones de club que jamás deberían ser achacadas al entrenador; sin embargo, eso es precisamente lo que ocurrió. Y no hay que apuntar ni al futbolista, que no tiene culpa de haber costado 8,5 millones de euros; ni a un técnico que asegura que hubo varias opciones anteriores a Marcos André que no pudieron concretarse.
En cualquier dirección deportiva del mundo hay errores y aciertos. En cualquiera. Excepto en la del Valencia CF, claro. Si obedeciésemos ciegamente al mensaje que el club traslada de manera habitual, su secretaría técnica sólo asume los aciertos como propios (Mamardashvili es el ejemplo paradigmático) y todo lo que no ha respondido a las expectativas resulta que es culpa de Bordalás, que era muy ‘barraquero’. O de Javi Gracia. O de Marcelino. O del que sea.
Las verdades de ‘La Bordaleta’ trascienden lo deportivo para hacer una radiografía minuciosa de un club disfuncional. Una resonancia magnética con contraste de todas las anomalías estructurales que convierten al Valencia en una de las entidades deportivas más extrañas del planeta. Y claro, pasar por la máquina de rayos-X muestra la realidad sin filtros: “Sí, me hubiera gustado conocer a Lim. Alguno se empeñó en que eso no ocurriese. Tenían miedo a que Peter Lim me conociese, no tengo ninguna duda” es una de las frases más aclaradoras de 2022.
Como detalle, me quedo con las reacciones del entrevistado cuando salieron a la palestra esas celebraciones tras la semifinal copera ante el Athletic, pura euforia desmedida; su decepción al recordar la derrota en la final; o su resignación cuando tanto él como su staff recibieron la comunicación telefónica, vía Miguel Ángel Corona, de que serían cesados.
Esa es la sensación más agridulce de toda la charla: entender que, para José Bordalás, entrenar al Valencia fue un sueño cumplido, y que ese sueño duró mucho menos de lo que él habría deseado.
Huelga decir que, compartiendo muchos de sus análisis, no estoy de acuerdo con todo lo que dijo el míster. Por ejemplo, no pienso que la temporada fuese tan “digna” a nivel deportivo, como él comentó, porque el bajón del equipo en Liga en los últimos dos meses fue muy evidente. O su afirmación de que el Valencia 22-23 tiene mejor plantilla que el Valencia 21-22; sólo las bajas de Carlos Soler y Guedes, por ejemplo, lastran a nivel anotador a un equipo excesivamente dependiente de que Cavani se reencuentre con una versión suya siete u ocho años más joven, o de que Samuel Lino transmute en una suerte de Vicente Rodríguez nacido en Santo André en lugar de en Benicalap.
Pero todo eso es debatible, porque son opiniones. Lo que no son debatibles son los hechos. Y para saberlos, hace falta poder preguntar al respecto a jugadores, técnicos, responsables deportivos o presidentes. Una opción de lo que, por desgracia, algunos no disfrutamos desde hace nada menos que cinco años con ningún protagonista vinculado al club. Eh, y no pasa nada. Ya lo dijo Bonico Ortí: “Aquí hay que trabajar el doble para conseguir la mitad”. Seguiremos respirando y trabajando como cada día. Mal que le pese a ciertas personas, se trata de un precio que pagamos y seguiremos pagando gustosamente: lo mejor de que nadie te haya regalado nada es que nadie te lo puede quitar después.